Desaparecidos en los hornos del Pentagonito: Memoria viva

A inicios de los noventa, en los oscuros sótanos del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), dentro del Cuartel General del Ejército en Lima, mejor conocido como el Pentagonito, funcionaron hornos crematorios donde los agentes militares desaparecieron a estudiantes universitarios detenidos y torturados bajo falsas acusaciones de terrorismo.

Javier Roca Obregón: “No es lo mismo que perder un ser querido en un accidente, de muerte natural”.

Mi hijo se llamaba Martín Roca Casas. Tenía cuatro hijos, Martín era el mayor. Nació en 1966. Sus estudios los hizo en Carmen de La Legua, donde vivíamos.

Era el tiempo del servicio militar obligatorio, salió sorteado para que vaya a la Marina. Estuvo un año nomás. Concluyó e ingresó a la Universidad del Callao, a Economía.  Yo estaba contento, mis hermanos y yo no tuvimos la oportunidad de ser profesionales. Las horas libres que tenía, trabajaba ahí cerca nomás en una fábrica de zapatillas.

En él estaba depositada toda nuestra esperanza y el ejemplo para los menores. Yo he trabajado en una empresa textil como obrero. Nunca hemos estado en ningún grupo político.

Todo comenzó con el diecisiete de agosto [de 1993], hacen una movilización los estudiantes, reclamando el sticker en el carnet universitario que estaba vencido. Los estudiantes no podían pagar medio pasaje. En esa marcha en el perímetro de la universidad, se dan cuenta que un extraño estaba filmando. Se acercan y le preguntan de qué medio de información era. No quiere decir, se pone nervioso. Los estudiantes aglomerados dicen: éste es un soplón. Le exigieron que les entregue el video casete. Obligado, sacó, les entregó y se retiró. Mi hijo ni siquiera estuvo ahí, pero ese extraño que estaba filmando resulta que era del servicio de inteligencia de la Marina. Después fue a manifestar a su superior. Y en su desesperación, probablemente se averiguaron quienes eran los dirigentes y lamentablemente mi hijo era secretario de prensa y propaganda del Centro Federado de la Facultad de Economía.

Pasó lo de la protesta y vinieron a mi casa el mismo diecisiete, en la noche. Tocaron la puerta. Abrí la puerta y en la puerta conversamos. Primero llegan los dos supuestos periodistas, que eran del servicio de inteligencia en realidad. Vinieron de civil. A mi hijo lo llamé y él les dijo “Ni siquiera he estado ahí. No seas cobarde, no seas mentiroso. Yo no te he hecho nada”. “Tú como dirigente sabes quién tiene mi video casete y tú tienes que colaborar”. Se fueron y en una media hora se aparecieron con una flota de carros y portatropas de la Marina, doce personas totalmente encapuchadas. Militares totalmente armados, dotados de beepers. Con un Volkswagen celeste, en otros casos también se ha comprobado que han utilizado ese carro. “Abres la puerta o rompemos”. Al final dije no tengo nada que ocultar. Para que se convenzan, abrí la puerta. Uno solo de ellos se identificó, sin pasamontañas, dijo: yo soy el capitán Gil. Encañonaron a mi hijo, lo condujeron a la sala con las manos en la nuca. Durante tres horas lo amenazaron de todo. Le dijeron “Si tú no lo tienes, si tú conoces quien lo tiene, lo único que queremos es recuperar ese video casete. Tú averigua y avísanos”. Mi señora y mis hijos menores en ropa de dormir a mitad de la escalera, ahí los tenían custodiando con arma. A mí me tenían disponible para preguntarme, para abrir las puertas. Rebuscaron hasta el mínimo papelito pequeño, encontrando un libro de edición rusa que era de economía, a mi hijo le dijeron “¿Por qué tienes este libro? Tú eres comunista, tú eres terrorista”. “Si tú no te consigues el nombre a ti te vamos a mandar veinticinco años a prisión”.

Se fueron a la una de la mañana, pero los supuestos periodistas nos dijeron “Mañana vamos a regresar a las dos de la tarde”. Justo a esa hora había llegado mi sobrino que es policía y le comento lo que ocurrió. En ese momento toca la puerta ese que vino en la noche, diciendo “Mi carro se malogró, préstame lavadero”. Mi sobrino se acerca y le dice “Queremos saber dónde trabajas, cómo te llamas, soy policía”. Se puso nervioso: “Mis documentos los tiene mi compañero afuera”. Salimos, su compañero estaba en moto. Se iba a subir y fugar, pero lo agarramos. Fui a la comisaría y traje dos policías. Cuando los policías los subían al carro, a mi hijo le dijeron “A ti te vamos a matar”. Y a mi sobrino “A ti vamos a hacer que te den de baja”. Nunca pensé que algún día se iba a poder hacer realidad eso. 

En la comisaría, un alférez Blanco [de la Policía] comenzó a preguntar: “¿Usted cómo se llama?” “Percy Tarazona Esteves” “¿Dónde trabajas?” “Servicio de inteligencia de la Marina”. “¿Quién es tu jefe?” “[El comandante] Ponce Feijoo”. Luego dijo présteme el teléfono y llamó a su superior. En cinco minutos,  [sus oficiales superiores de la Marina] llegaron diciendo que venían de la Base Naval. Es imposible que en cinco minutos vayan a llegar, se sabe que han estado dirigiendo el operativo. Cuando llegaron, Ponce Feijoo dijo “Contra Martín no hay ningún cargo, lo que queremos es que nos ayude a recuperar el video casete. Aquí no se sienta ninguna denuncia. Mi subalterno no se queda detenido porque está a mi cargo”. Nosotros íbamos a pedir que se quede detenido, pero impuso su galón el comandante. Se fueron y nos regresamos a la casa pensando que ya no habría más problemas.

Al contrario, a partir de ese día, todos los días frente a mi casa había una persona extraña, de porte militar, con arma visible, con lentes oscuros, con beeper. Yo tenía restaurante y mis clientes se dieron cuenta.

Según el testimonio del autor material del grupo Colina, Sosa Saavedra, le encomendaron ese trabajo [secuestrar a Martín Roca el cinco de octubre de 1993]. Había otro informante en la universidad, parece que fue el “Chito” Ríos. Habían ocasionado un apagón. Un poco antes de la hora, salieron todos. Alguien lo señaló a mi hijo. En ese Volkswagen celeste, dos a pie y dos en el carro lo siguieron hasta Colonial donde él tomó su ómnibus. Al ómnibus subieron los dos militares que iban a pie y el carro continuó siguiendo al ómnibus hasta cerca a mi casa. Se bajó y se abalanzaron y a golpes lo subieron al Volkswagen y se lo llevaron. El cuaderno del Pentagonito coincide con la hora del traslado y la hora en que llegó ahí.

Me enteré porque a las once que salía, su mamá le había dejado la comida y a las seis de la mañana que me levanté para ir a trabajar su comida estaba y él no. Él nunca se ha quedado en ningún sitio sin avisar. Me fui trabajar y nunca llegó. Yo estaba totalmente seguro que ellos fueron los autores de la desaparición de mi hijo. Tuve que peinar todos los hospitales y morgues del Callao y a la Dircote.  Incluso las prisiones, Lurigancho, Castro Castro. Todo fue en vano.

Mi hijo nunca trajo ningún compañero a la casa, hasta que lo secuestraron. Varios de sus compañeros de Economía se solidarizaron conmigo, vinieron, me ofrecieron su desinteresada ayuda. El más entusiasta era Kenneth Anzualdo y fuimos juntos a Aprodeh [Asociación Pro Derechos Humanos] y dio su testimonio, que casi juntos habían salido a la puerta y se separaron, fue el último en verlo con vida.

Fui donde el fiscal especial de derechos humanos, el doctor Clodomiro Chávez. Hizo la denuncia a la Fiscalía Especial del Callao e hizo comparecer a todos los implicados. Ninguno negó, confirmaron lo que hicieron. Cuando hizo la denuncia a la jueza Barandiarán, pidiendo orden de detención contra los dos de la moto y Ponce Feijoo, un día aparecieron dos personas, probablemente abogados, y le dijeron “No sabes lo que has hecho. Vas a saber lo que te va a pasar”. Lo destituyeron. La jueza estaba que se moría de miedo. Había una presión desde Montesinos. Cuando programó una inspección ocular en mi casa, nunca me preguntó cómo entraron, qué dijeron, nada. Cuando se enteró la jueza que estaba afuera un reportero de canal nueve, se desesperó, quería irse por el techo. Tuve que suplicar al reportero que se retire y ella pueda salir. Revirtió la orden de detención por comparecencia y al final, falló a favor de los militares.

Este tipo de desaparición, crimen, no es lo mismo que perder un ser querido en un accidente, de muerte natural. Nos duele mucho, no sólo yo, todos los familiares de las víctimas, somos tildados como terroristas. La mayoría de los que metieron presos, los que asesinaron, han sido víctimas. Muchos de los que metieron presos acusados de terroristas, manifiestan que obligados por la tortura se declararon culpables, pero nunca fueron sentenciados, los que murieron en las prisiones. Pero ahora los fujimoristas siguen diciendo que todos son terroristas.

Foto de Alan B.

Marly Anzualdo Castro: “¿Por qué si la Dircote sabía dónde vivíamos? ¿Por qué no lo detuvo?  ¿Por qué no lo juzgaron?”

Soy hermana de Kenneth Ney Anzualdo Castro. Los tres hermanos nacimos en Chiquián, en la provincia de Bolognesi, en Áncash. Kenneth era mi hermano menor, el último. Nació el trece de junio de 1968. Estaba en la Facultad de Economía de la Universidad del Callao. Súper amiguero, súper social, le encantaban las fiestas. Mi hermano que yo sepa, no tenía filiación política. Vivíamos en La Perla, Callao, en la avenida La Paz.

Yo estaba terminando en la Facultad de Química, en la Universidad del Callao también. Era 1993, habían capturado a Abimael Guzmán en 1992, pensamos que la situación que se había vivido de tanta violencia en el país pasaba. Sin embargo, Kenneth fue detenido en 1991 por la Dircote, y luego de trece días sale en libertad. Supuestamente, ellos [los policías de la Dircote] seguían a alguien y ese alguien llegó a mi casa, dicen ellos. De improviso, irrumpieron en mi casa, en la tarde, a las cuatro, en octubre. Yo estaba durmiendo, después del almuerzo. Me desperté, vi en mi casa gente por todos lados. Un comandante me dijo: usted para acá y ya no se mueve. Según ellos, un operativo, pero no llegaron con fiscal ni nada. Se armó todo un barullo y Kenneth fue detenido. Pensamos que eso era lo peor que habíamos vivido. En los medios de comunicación salieron un montón de cosas de mi hermano mayor y de mí que no eran ciertas. Empezaron a pedir plata para liberar a mi hermano. Mi hermano mayor dijo no. Exigimos que se haga una investigación seria. Lo liberaron. Nos dijeron que cualquier circunstancia que amerite que él de alguna declaración, iba a ser citado.

Kenneth cambió. Ya no se quedaba así nomás en cualquier reunión, vio todo el sufrimiento que había acarreado, sobre todo para mi madre. Empezó a estudiar con muchas más ganas.

El dieciséis de diciembre de 1993 él no llegó a la casa, teniendo una serie de cosas que debíamos hacer al día siguiente. Dijimos: algo ha pasado, la Dircote tiene que saber. Fuimos a preguntar al comandante Gonzales que había sido el encargado del operativo. Dijo que no, que seguramente, de tanto ayudar a sus “compañeros”, ya se habría ido a la clandestinidad. Mi papá le dijo “Usted lo tiene. Si mi hijo es terrorista, fusílelo delante de mí. Pero no me lo niegue pues”.

En esa búsqueda, de estar yendo a las comisarías, mi papá sacó una foto: “Bien parecido ha entrado un joven anteayer en la comisaría del Callao” le dijeron. El policía mismo le recomienda ir a Aprodeh. Va y le dicen “Kenneth ha estado acá con el señor Roca, a hacer la denuncia por la desaparición de su compañero”. No sabíamos que Kenneth iba a ser testigo. Cuando en la universidad la gente caía detenida, cuando venían de provincia preguntando por sus hijos, Kenneth se iba con esos padres, apoyaba. Eso me hizo ir a cada chico de la universidad a conversar. Encontré muchos que estaban asustados, que le dijeron a Kenneth que no vaya a testificar. Era un contexto de mucho miedo.

Encontré que [el día de la desaparición] los chicos habían salido en grupo con Kenneth, bromeando. “Miren la placa de los carros, no vaya a ser la última vez que me vean”. Entre risas, ya sabían que Martín había desaparecido y muchos otros más. Cuando ellos se acuerdan, era la Diecinueve [el bus], pero no recordaban si era [el bus] la A o la B ni habían anotado la placa. Sabían la hora a la que él había subido. Nos hemos ido al terminal del bus, en Ate, y hemos preguntado a los chóferes si la Policía había subido, porque era completamente normal que suban, pidan documentos y bajen a la gente, era una rutina en ese tiempo. Uno nos contó preocupado que el cobrador se había dado cuenta que los venía siguiendo un auto. Los cruza el auto y suben unos hombres armados. Al chófer lo amenazan y le dicen que no los mire y bajaron a un joven, Kenneth, y a una pareja de enamorados. Le dijeron que siga su camino sin voltear.

Nosotros insistíamos en que él debía estar detenido. Mi papá va a hacer las averiguaciones en la Marina y un almirante retirado le dice “No te metas, porque esto no va a pasar como Cantuta”. Con el tiempo, mi papá deduce que estaban los hornos en el Pentagonito, ya no los íbamos a encontrar en otro lado. Todos estos hechos ocurren en el Callao, donde la Marina era la encargada de investigar. Luego, dan las competencias para que todas las fuerzas reporten al Servicio de Inteligencia Nacional, el SIN, centralizaron todo, no podían decir que no saben.

No vimos preocupación de las autoridades, porque era más sencillo decir que él era terrorista. Cuando mi papá hace la denuncia a la Fiscalía en el Callao, le pedimos al chofer que vaya a testificar. El fiscal: “¿Usted sabía que él era terrorista?” Se quería retirar, se asustó. Le digo desde la puerta: “Cuéntele lo que nos ha contado a nosotros”. Se archiva el caso, luego viene la Ley de Amnistía.

 Hasta que cayó la dictadura de Fujimori. El Congreso armó una comisión para ingresar al Servicio de Inteligencia, porque había denuncias que ahí habían celdas clandestinas. Había pasado lo de [Gustavo] Gorriti y lo de [Samuel] Dyer, ellos habían logrado salir. En esa investigación, recuperan cuadernos de ingresos y ocurrencias de los sótanos del Servicio de Inteligencia. Teníamos las denuncias del caso de Kenneth, sabíamos que lo habían bajado, pero no sabíamos más. Había un cuaderno donde no registran nombres, pero sí hay ingresos de las personas. “A tal hora, ingresa un detenido”. Eso es lo que en el juicio, el fiscal ha logrado discernir. “Ingresa detenido, lo deja fulano” y no se sabe más de ellos, más lo que le hacen en el calabozo.

Víctor Manuel Quinteros había sido asistente de Ricardo Uceda, haciendo las investigaciones para el libro Muerte en el Pentagonito [de Uceda]. Recuerda las fechas de desaparición de Kenneth y de Martín. Cuando busca qué denuncias hay al respecto, encuentra también la de [el profesor] Justiniano Najarro. Así es como logra armar el caso de desaparición forzada de los tres, el caso está prácticamente probado con las horas, las fechas de ingreso. Cuando nosotros sabemos que Kenneth entró en el Pentagonito y la incineración y todo eso, para nosotros fue un golpe muy duro. Uceda hace el libro en base a los testimonios de Sosa Saavedra, el agente de inteligencia del Ejército. Él es el que habla que uno de los últimos trabajos que él hace, porque ya todo el tema de Cantuta se había descubierto. Designan a Sosa, con la experiencia que tiene en secuestrar y logra secuestrar a Kenneth.

Yo me negaba a creer que esto tan feo le pudieran hacer a mi hermano. ¿Por qué si la Dircote sabía dónde vivíamos? ¿Por qué no lo detuvo?  ¿Por qué no lo juzgaron? Había los jueces sin rostro ¿Qué tan grave había podido hacer? Pero fue una verdad que me empezó a liberar, que me empezó a hacer fuerte. Ahí nos empezamos a dar cuenta de la cantidad de familias que había como nosotros. Y me empecé a sentir muy mal porque con Kenneth discutíamos porque él se solidarizaba con esas familias que iban al penal a buscar a sus hijos, le decía “No te metas ¿por qué tienes que ser tú?”.

¿Cuándo digo que mi Kenneth no va a volver a casa? Porque siempre lo esperamos cada mañana y cada noche. Cuando con mi papá vamos a la Fiscalía de derechos humanos y empezamos a ver las copias de los cuadernos. El dieciséis hay la fecha de un ingreso, así como Martín también, lo mandan a la celda 5C, y en su momento a Najarro también. Salen a ser interrogados y de pronto ya no aparecen. No me enteré de eso cuando intervienen el SIE, sin luego cuando ya es parte de un expediente en la Fiscalía.

A raíz que se logra armar todo esto, pasamos a la Corte Interamericana. Es por eso que Kenneth tiene en el 2009 una sentencia de la Corte Interamericana que obliga al Estado a investigar, a sancionar a los responsables, a dar una respuesta a la familia, a tener una base de datos genético para hacer las comparaciones. En la audiencia pedí un espacio de memoria en la Universidad de Callao, donde la mayoría de gente no está consciente de lo que ha pasado, que fue un ataque directamente contra los estudiantes, que no tengan miedo de hablar de estos hechos.

Alan Benavides

Terminé Periodismo, fotografío protestas y escribo sobre conflictos sociales. No confío en ningún gobierno, ninguna forma de poder económico ni violencia uniformada.