[VÍDEO] La Cantuta No Se Olvida
La madrugada del dieciocho de julio de 1992, un grupo de militares encapuchados llegó a la Universidad Enrique Guzmán y Valle y secuestró a nueve estudiantes mientras dormían en las habitaciones del internado, además de llevarse a un profesor en presencia de su esposa. Todo en colaboración con la guarnición militar que en esos días de la dictadura fujimorista custodiaba la universidad desde adentro. Dichos agentes pertenecían al grupo Colina, integrado por miembros del Ejército bajo órdenes del gobierno para llevar a cabo la estrategia de guerra sucia con la que supuestamente derrotarían al terrorismo. Condujeron a los detenidos a un terreno baldío en Huachipa donde los mataron y enterraron. Días después, temerosos de que los encuentren, los paramilitares desenterraron los cuerpos, los quemaron y los sepultaron en otro terral de Cieneguilla. Años después, declararon que estaban buscando a los militantes de Sendero Luminoso responsables del atentado de Tarata, ocurrido dos días antes en Miraflores. El mismo epíteto de terruco sigue recayendo sobre las víctimas y sobre muchos otros estudiantes de universidades nacionales más hoy en día, como síntoma de una herida que aún no cierra en la memoria del conflicto interno por parte de todos los peruanos.