Accomarca: Un pueblo de vidas arrasadas por militares en los Andes
“¿Si algún poblador apareciera por la quebrada de Huancayoc debía considerársele terrorista comunista?” preguntó uno de los oficiales en la reunión militar, un par de días antes de la masacre. “Sí”, fue la súbita respuesta del capitán Helber Gálvez, jefe de la base contrasubversiva de Vilcashuamán, en los Andes peruanos.
Aquel catorce de agosto de 1985, fueron dos las patrullas de la compañía de infantería Lince que bajaron por la mencionada quebrada Huancayoc, con la consigna de destruir una escuela terrorista que supuestamente funcionaba en el pueblo de Lloqllapampa, en el distrito de Accomarca, según la confesión arrancada a un prisionero subversivo capturado. La patrulla Lince 6 permaneció en lo alto de la quebrada, para impedir que cualquier vecino del lugar escape. El subteniente Telmo Hurtado, quien pasaría a la historia de la barbarie como El carnicero de los Andes, al mando de la patrulla Lince 7, ingresó al pueblo y perpetró las ejecuciones.
GRANADA EN MANO
La guerra interna que vivía el Perú, entre el Ejército y el movimiento terrorista maoísta Sendero Luminoso, llevaba ya cinco años cobrándose las vidas de miles de campesinos humildes, que caían fulminados por las balas tanto de los militares como de los senderistas. El presidente aprista Alan García Pérez, quien inició su mandato apenas unos meses antes, aseguró que su gestión combatiría la subversión respetando los derechos humanos, a diferencia de su antecesor el acciopopulista Fernando Belaunde Terry, quien había otorgado a las Fuerzas Armadas el control político de las zonas altoandinas donde operaban los senderistas. Accomarca dejó en claro que el nuevo gobierno sería más de lo mismo.
Carlos Rivera, reconocido abogado de derechos humanos en el Perú y representante de los familiares de las víctimas, sostiene que el crimen es parte de una estrategia contrasubversiva del Ejército que en los años ochenta se centró la eliminación masiva de personas. En diferentes comunidades de los Andes en Perú, los agricultores se organizaron en las llamadas rondas campesinas, comités de autodefensa que combatían a Sendero Luminoso con armas maltrechas. Sin embargo, en Accomarca no se organizaron estas rondas. Esto levantó las sospechas de los uniformados. Rivera señala que fue en el Estado Mayor de la Segunda División de Infantería, desplegada en la zona, basándose en el testimonio del prisionero senderista, donde se elaboró la información castrense de la supuesta base de Sendero y que para eliminarla tenían que asestar un ataque contundente. Según relata, fue el comandante general de dicha división, el general Wilfredo Mori, quien dio la orden que recayó sobre las patrullas Lince. “Y esa orden es eliminar a esas personas, que si bien eran pobladores de la comunidad, los militares los entendían como elementos terroristas. No es capturar, no es destruir psicológicamente, como hemos escuchado a algunos de los abogados de la defensa, sino es eliminarlos físicamente”.
Teófila Ochoa tenía once años ese día. Estaba con su mamá y sus cinco hermanitos menores en su casa de Lloqllapampa. Las tropas rodearon el pueblo temprano, entre las seis y siete de la mañana y llamaron a todos a una reunión en un llano anexo a la localidad. La niña se quedó en su casa con su hermanito Gerardo, porque había pedido llorando no quedarse sola, mientras su mamá Silvestra acudía al llamado de los dos soldados que le tocaron la puerta de su casa para que se dirija al descampado, junto con sus hermanitos Víctor, Ernestina, Celestino y Edwin. Su padre estaba fuera del pueblo por motivos de trabajo, solamente por eso se salvó de aquella fatídica reunión.
Desde la ventana de su casa, Teófila seguía llorando mientras miraba cómo los militares golpeaban e insultaban a todos sus vecinos reunidos en aquella pampa. Con las culatas de sus fusiles agredían a los ancianos y a las embarazadas. Tomaban a las mujeres y las arrastraban de los pies para violarlas. “A las once o a las doce, se los llevaron a la casa de mi tío César Gamboa, ahí como tenía su casa con tres chozas, para que entren todos así en fila y empezó la balacera, la bomba. Empezó la gente a desesperarse adentro. Por la ventana metían la bomba”. Aquel día, los más de sesenta campesinos asesinados se convirtieron en las primeras víctimas de la masacre de Accomarca, una de las más atroces que sufrió el Perú en los años de guerra interna.
Tras las atrocidades, los soldados empezaron a saquear los objetos de valor de las viviendas y buscar sobrevivientes. A su casa irrumpieron dos uniformados. En su desesperación, Teófila y su hermanito Gerardo escaparon y corrieron por los cerros aledaños al pueblo. Pudo ver como su hermano cayó abatido por las balas de sus persecutores, quienes echaron el cuerpo a una casa en llamas. Logró huir y se escondió entre los cerros, llorando, sola, asustada, viendo desde lo alto la destrucción de su comunidad. “Quedó un desierto. Los animales, los perros nomás aullaban. Ahí toda la noche he amanecido. Abajo del árbol, todo oscuro”. A la mañana, se encontró con otra sobreviviente. Dos días después, se encontró a una tía suya.
“De dos a tres días, hemos regresado para ver si nuestros familiares hay algo, sus restos, para poder enterrar. Totalmente calcinado pedazos, la cabeza. A mi mamá la encontramos de la cintura para arriba con bebito cargado. Su cabecita de mi hermanito se cayó al suelo. Horrible, porque olía tan lejos, como chicharrón. Llorando hemos enterrado rápido y con miedo, porque el helicóptero venía. Ya no podía soportar todo eso”.
Se fue a vivir con su tía se fueron a la capital del Perú, Lima. “Desde esa fecha, tenía miedo, terror de regresar a mi pueblo donde había perdido lo que más quería. Y aquí en Lima, un sufrimiento total para nosotras. Por todas las cosas que hemos pasado, estamos traumados psicológicamente. No hemos estudiado nada, hemos quedado en la pobreza”.
Cirila Pulido también vivía con familia en Lloqllapampa. Recuerda que ya el Ejército había incursionado antes y que torturaban a los varones para sacarles información, en aquella época en que no tenían radio ni televisión y todos hablaban en quechua. A sus doce años, echaba abono en los cultivos al lado de su casa aquella mañana, junto a sus dos hermanitos. Su madre Fortunata había ido a visitar a su abuela, cargando a su pequeño hijo de ocho meses, Edgar, cuando los soldados llamaron casa por casa “¡Asamblea, asamblea!”. Fortunata acudió a la nefasta reunión con su pequeño a cuestas, enviando al padre de Cirila a esconderse al bosque. Pensaba que así salvaba a su esposo de ser torturado y que a ella la respetarían por ser una madre con su bebé. La niña escuchó ráfagas de bala a los lejos, a las siete de la mañana y se quedó sola en su choza viendo todo: “En eso veo la pampa, estaban debajo del árbol, del molle, toda la gente estaba reunida ya. Gritaban los militares, lloraban los bebes. Yo decía ya regresarán. Todo he visto violencia ya, empezó a golpear a los hombres, hablando groserías, en ese tiempo ni siquiera sabíamos hablar castellano”.
Cuenta que así fue desde las siete hasta el mediodía. Metieron a toda la gente en la casa del tío de Teófila y les dispararon. Cirila vio a Telmo Hurtado, granada en mano, acercándose a la casa y arrojando el explosivo al interior. “En ese tiempo no sabía que era bomba o granada. Suena fuerte. Explota la casa y todo el fuego”. Otros militares ya estaban reuniendo a los niños sobrevivientes de las demás viviendas. Tenía una ventaja: un deslizamiento de rocas, producto de un huaico, separaba su casa del pueblo. Los soldados dispararon ráfagas hacia su vivienda, mientras la menor permanecía sentada al interior sin sufrir daño. Vio como una señora llamada Bonifacia Sulca era asesinada junto a sus tres niños. Cuatro niños que fueron también encontrados por los uniformados, fueron introducidos a una choza, baleados y quemados. “Todos han desaparecido. Una loca me he vuelto ¿Qué está pasando? ¿Estoy en mi sueño? ¿Es una pesadilla? ¿Mi mamá a qué hora va a regresar? Una señora llegó a mi casa y me dijo que a toda la gente la han matado. Ese día no han respetado ni niños ni ancianos ni mujeres. A todititos han matado ese día. La casa ardía dos días, no podíamos acercarnos porque el Ejército seguía viniendo. De repente nos iban a matar. En el monte, escondidos sin comer nada, sin dormir, mirando, con mis dos hermanitos y mi papá”. Ella quería regresar para enterrar a su madre, pero su papá prefirió ir a revisar el pueblo él primero.
Cuando finalmente Cirila volvió a Accomarca, no pudo encontrar el cuerpo de su mamá. “Ahí hemos encontrado todo ya pedacitos, cabeza para acá, piecitos para acá, todo calcinado. Hemos enterrado ese día en dos huecos, pero no sabía quién es quién” Se quedaron a vivir un mes más en el monte, hasta que por fin llegó una Comisión del Senado peruano a investigar. Recién ahí regresaron al pueblo. “De ahí otra vuelta a reconstruir nuestra casa, porque no había nada. Pueblo fantasma, no había ni para comer. Todas las cosas de valor se han llevado, hasta en los burros cargados”. Se quedaron viviendo ahí hasta 1988, luego migraron a otras ciudades, viviendo con diferentes parientes toda su vida. “Desde ese día yo estoy cargando su ropa de mi mamá, su manta. Cuando le encuentren su cuerpo, con eso la van a enterrar”.
Fotos de Jai G.
OPERACIÓN LIMPIEZA
Luego de acabar con la comunidad de Lloqllapampa, los efectivos de la patrulla Lince 7 también mataron al guía del lugar que los condujo, Filomeno Chuchón, quien supuestamente era el senderista camarada Genaro. El ocho y el trece de setiembre de ese mismo año, regresaron al pueblo y mataron a otros siete campesinos testigos. En total, unos sesenta y nueve accomarquinos asesinados en la comunidad. Asimismo, entre esos días una pareja de esposos de apellido Pulido Baldeón fueron torturados y desaparecidos en la base de Vilcashuamán.
El subteniente Telmo Hurtado fue juzgado y enviado a la cárcel en 1993, aunque salió libre con la amnistía para violadores de derechos humanos decretada por la dictadura de Fujimori en 1995. En el 2002, ante la inminencia de un nuevo juicio en su contra, escapó a los Estados Unidos, siendo deportado de regreso al Perú en el 2011.
Aquel mismo año, la matanza fue considerada como crimen de lesa humanidad, lo que ha permitido que no prescriba con el tiempo y pueda seguir siendo juzgado. Cuenta con los lo necesario para ser así considerado por el derecho penal internacional, según el letrado Carlos Rivera, dado que se trató de un ataque violento como parte de un esquema de carácter sistemático o generalizado, ya que no fue un caso inédito en la guerra interna, así como hubo proceso de planificación con funcionarios públicos y las víctimas son civiles. Señala como relevante en el caso que estén presentes en el juicio tanto los autores intelectuales como los perpetradores materiales de la barbarie.
En agosto del 2016, tras cinco años de juicio, la Sala Penal Nacional sentenció cárcel para Telmo Hurtado; a Juan Rivera Rondón, ex teniente de artillería que comandó la otra patrulla Lince 6; al ex general Wilfredo Mori, jefe de la Segunda División; al ex Nelson Gonzáles Feria y al ex teniente coronel Carlos Delgado Medina, ambos miembros del Estado Mayor. Estos tres últimos están actualmente prófugos de la justicia. También se condenó a otros cinco subalternos. El ex capitán Helber Gálvez fue absuelto de la muerte de los esposos Pulido Baldeón. Solamente se les sentenció por la matanza del catorce de agosto, por lo que actualmente la Corte Suprema está revisando nuevamente todo el caso, juzgando también los asesinatos perpetrados en los días siguientes.
Los abogados que defienden a los acusados persisten presentar el caso como responsabilidad particular de Telmo Hurtado y eventualmente del ex teniente coronel César Martínez Uribe Restrepo, entonces jefe de inteligencia militar, fallecido antes del juicio. El carnicero de los Andes explicó en el juicio que tanto él como Rivera Rondón fueron escogidos para la misión porque eran considerados oficiales con un buen récord de aplicación de la estrategia contrasubversiva y era eficientemente en cumplir las órdenes. Según la defensa, existió una contraorden de Martínez hacia Telmo Hurtado, distinta a la emitida por el Estado Mayor de la división, indicándole que nadie debía sobrevivir, en su afán por responsabilizarlos a ellos dos como autor intelectual y material. Los juristas incluso mencionaron que sus clientes recién se enteraron de la masacre leyéndolo en El Diario Marka, periódico izquierdista de los ochenta.
Sin embargo, Carlos Rivera insiste en que la orden original, llamada Plan N17, sí especifica destruir. “Cuando al señor Helber Gálvez Fernández le preguntaron qué significaba destruir, comenzó a balbucear y dijo que puede ser destruir psicológicamente”. Entiende toda la Operación Limpieza que se llevó ese día como un procedimiento perfectamente elaborado desde arriba, entre el comandante y el Estado Mayor y transmitida en la mencionada reunión militar para ser cumplida por los oficiales y subalternos, con una estrategia semejante a otros casos de violaciones de derechos humanos por parte del Ejército en la sierra peruana durante el conflicto interno.
En particular apunta la responsabilidad del ex general Wilfredo Mori, implicado en otros crímenes de esos años como Putis y Parcco Alto, no solamente por planificar la operación a partir de la información dudosa de inteligencia, en virtud de lo cual aprobó el Plan N17, sino también porque la compañía Lince era una unidad de alta maniobrabilidad de la llamada reserva estratégica que dependía directamente de él.
Otro de los implicados que fue absuelto en el juicio del 2016 es el ex mayor José Williams Zapata, famoso por su participación en la elogiada operación de rescate Chavín de Huántar en 1997. En 1985 era el jefe de la compañía Lince, es decir, de las patrullas comandadas por Telmo Hurtado y Rivera Rondón. Empero, su descargo principal es que quien realmente tenía el comando y dispuso de las patrullas enviadas a Accomarca fue el general Mori.
Fotos de Jai G.
Nicomedes Baldeón tenía ocho años cuando su madre Leandra la llevó a Lima. Dos semanas después, la madre regresó a la comunidad, donde su padre Clemente se había quedado cuidando a su pequeña hermana Marisol, de tres meses de nacida. “Me enteré a los cuatro días que habían entrado los militares y mataron en Lloqllapampa y a la bebita la han quemado”. Su padre logró escapar de la muerte huyendo por el huaico que rodeaba al pueblo. Nicomedes se quedó un mes trabajando como empleada doméstica con una familia de la capital, hasta que una tía materna suya la buscó para llevársela. “No encuentro el cuerpo, se han desaparecido”.
Celestino Baldeón trabajaba en Lima como obrero textil a sus treinta y tres años, cuando llegaron dos personas de Accomarca y escuchó que hace dos semanas había ocurrido un asesinato de hombres, mujeres y niños por parte de efectivos del Ejército. Inmediatamente pensó en su madre Tomasa, de cincuenta y cuatro años. Organizó al resto de familiares y logró el apoyo de varios diputados y congresistas que fueron a investigar al lugar de los hechos. Aunque el gobierno aprista entorpeció las diligencias. No obstante, aun así lograron pruebas suficientes para comprobar que habían sido militares.
“Quedamos ciento cincuenta y siete huérfanos de la matanza de Lloqllapampa nomás, pero de todo somos más de trescientos huérfanos. No perdimos solamente sesenta y nueve, sino ciento catorce accomarquinos, desde niños recién nacidos hasta de noventa años, de fecha anterior y posterior también. La matanza era de ambos lados, de Sendero y de militares. El grupo de familiares que hemos sido víctimas de esta violencia hemos estado siempre como comisiones. En el 2012 ya organizamos una asociación. La mayoría se ha venido a Lima cuando pasó el caso, en busca de trabajo” relata Celestino en la puerta del local recién inaugurado donde se reúnen todas las semanas los familiares de las víctimas de Accomarca, cerca de la carretera central en Vitarte, al este de la ciudad.
“Faltan más de treinta personas, desaparecidos. En el momento que ocurrió la masacre, se recuperaron casi dieciocho cuerpos, totalmente quemados, carbonizados. Nadie sabe dónde están, han desaparecido” afirma, mientras espera que la sentencia de la Corte Suprema ratifique la justicia que él y sus compañeros esperan desde hace más de treinta años.