Teodora y las nuevas trabajadoras del hogar

A pesar de haber pasado casi tres cuartos de su vida en la capital Lima, Teodora es una mujer del campo. Tan cierto es, que puede que dude al consultarle sobre cuál fue el almuerzo del día anterior o cual es el segundo nombre de su último nieto, pero al hablarle sobre sus primeros años de vida campestre dibujará con palabras hasta el último detalle. Los mejores tiempos grabados en su memoria.

“Mamá vaca, espérame”, era una de las voces características en la chacra por la que andaba cuando aún era muy pequeña y poco podía hacer para ayudar a la familia en el trabajo manual. Ella era más de ahí que de la gente y sus paredes. “Pensaba que la vaca era mi mamá” explica y recuerda, entre risas y nostalgias.

A los dieciocho años recién cumplidos, Teodora sintió repentinamente una motivación por conocer la tierra prometida de la capital. “Fue algo bien raro” comenta. Nunca antes se le había deslizado la idea de migrar. Fue como si la mayoría de edad le hubiera llegado con parada de orejas para todas las historias de éxito que -decían en su pueblo- se habían concretado con tan solo pisar Lima, la no -para nada- horrible. Lima la hermosa. Lima de oportunidades.

Y dejó su pueblo en la sierra de Ancash, así de rápido. A sus padres no les dijo nada. Fue solo después de meses, cuando le contaron que su papá lloraba buscándola cada noche por todo el pueblo, que mandó a avisar a casa que estaba bien y que no iba a volver. La cómplice de su huida fue su antigua profesora de primaria; ella la contactó con su prima que vivía en Lima y buscaba a una muchacha de su pueblo que pueda ayudarla en los quehaceres del hogar.

Para Teodora, la maestra era bien buena, la gente era de su tierra ¿Qué podía ir mal?

TEODORA Y LOS VIDAL

En Lima la esperaban los Vidal, una próspera familia de negociantes ya asentada hace largo tiempo en la capital.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que aquella familia se convirtiera en el nuevo mundo de Teodora, en esa grande y ajena ciudad en la que -salvo un primo lejano- no conocía a nadie.

Su trabajo era cama adentro y consistía básicamente en ayudar en todo lo que pudiera a la señora. Trabajaba desde que se despertaba -a las cinco de la mañana- hasta que se dormía. Cuidaba a los niños, cocinaba, lavaba, planchaba, limpiaba, ayudaba en la tienda y hacía otros encarguitos. A veces, para seguir ayudando, debía interrumpir de ese sueño que era solo suyo. Tanto era su involucramiento. Ha confesado además que en los primeros meses que empezó a trabajar con los Vidal, no hizo uso de sus domingos. Y es que no sabía qué hacer. Los planes cambiaron cuando el lejano primo se acercó -en tierras desconocidas los paisanos se buscan, se encuentran, se quieren, se necesitan- y la obligó a salir en sus días libres. “Mi primo se molestaba, decía que cómo no iba a salir si trabajaba toda la semana. Y me llevaba a comer y a pasear por Jirón. Luego ya después yo me regresaba” comenta.

Con los Vidal, Teodora vivió largos años, hasta después de casarse con Jerónimo. Él era un mesero que conoció entre sus idas y vueltas al mercado y con el que salió un año y un poco más, cuando la señora le puso las cosas claras: Teodora era una muchacha seria y ya con tanto tiempo saliendo, él debía decidirse. El galán ayacuchano decidió pasar la vida con ella. Se casaron, pero ella se quedó unos meses más en casa de los Vidal, hasta que se atrevió a dejarlos.

Puede que le pagaran unos doscientos soles por trabajar casi todos los días del mes por más de doce horas diarias, pero también se preocupaban por ella, afirma convencida a cualquiera que ponga en duda la bondad de aquellas personas. “Me vestían y me alimentaban” aclara.

Tiempo atrás ha comentado sobre esos únicos zapatos azules que le sirvieron por varios años y cómo tenía que ingeniárselas para llevarlos al zapatero cuando su maltrato se hacía demasiado evidente. Y es que ¿con qué andar durante todo el tiempo en el que pasen por la mano del especialista? Otro texto merecería también la cuestión de sus comidas durante esos años de estadía con los Vidal: desfasadas, siempre. Almuerzos después de las tres de la tarde, luego de haber lavado los platos sucios que dejaban los Vidal, resultados de puntuales comidas; y alimentos antiguos, los más recientes del día anterior.

Martha Vidal, la señora, falleció hace unos siete años, ya muy anciana ¡Cómo la lloró Teodora! Ella, hasta los últimos meses, aún pasaba a visitarla de vez en cuando.

Cómo quería la abuela Teodora a esa familia. Cuánto amor para Martha, Javier y sus dos hijos. Sus nietos crecieron escuchando las historias de la mamá vaca y de sus padrinos, los personajes que armaron su vida, que le dieron sentido.

Teodora Vidal  fue explotada cuando ejerció como trabajadora del hogar y ni siquiera se dio cuenta.

Fotos de Jai G. y Alan B.

LEDDY

“A los empleadores no les importamos, les importamos cuando les servimos”, dice convencidísima Leddy Mozombite, quien a sus cincuenta y nueve años se siente orgullosa de que cada uno de ellos le haya dado más frialdad y dureza.

Ella actualmente se desempeña como secretaria general de la Federación Nacional de Trabajadoras y Trabajadores del Hogar del Perú (FENTTRAHOP), agrupación que junto al  Sindicato de Trabajadoras y Trabajadores del Hogar de la Región Lima (SINTTRAHOL) ha logrado un gran avance en el reconocimiento de los derechos de su gremio, gracias a la ratificación del Convenio 189 sobre el trabajo decente para las trabajadoras y trabajadores del hogar de la OIT. Dicho convenio exige básicamente la modificación del marco legal, para que la labor doméstica goce de los mismos beneficios que cualquier otro trabajo, ya que hasta el día de hoy el régimen laboral que resguarda a las asalariadas del servicio doméstico –enmarcado bajo la Ley 27986– no obliga a sus empleadores pagarles el sueldo mínimo ni exigir un contrato por escrito. Además les reconoce tan solo quince días de vacaciones al año, el cincuenta por ciento de la remuneración por CTS y el cincuenta por ciento de la remuneración por trabajar día de descanso o feriado.

Leddy sabe bien que por el trabajo doméstico aún queda mucho por hacer. Cuando uno pretende conversar con ella sobre los alcances de la nueva medida que regirá sobre su gremio, comienza por exponer los puntos débiles de esta. Es casi automático, como si hubiera vuelto mucho sobre ellos.

Sí, serán tocadas con el beneficio tan solo el ocho por ciento de las mujeres de servicio doméstico formalizadas. Es por eso que la tarea actual es extender esa formalización. Por otro lado, no, legalizar no es naturalizar. Para Leddy se trata de todo lo contrario.

“La sociedad lo tiene que saber, porque esta lucha no solamente es una lucha reivindicativa, sino que es una lucha cultural. Porque en el cerebro de la sociedad está como código que tener a una trabajadora del hogar es un estatus. Basta que tengas a una trabajadora del hogar y es otro estatus. Además, está arraigado en la sociedad la creencia de que nosotras somos inferiores. Yo pienso y creo que no nos consideran humanos” sostiene.

En resumen, su apuesta consiste en desfamiliarizar y mercantilizar las actividades que realizan las trabajadoras de servicio doméstico, entendiendo que el contexto particular en donde estas se desarrollan laboralmente es la clave de su vulnerabilidad. Para este grupo de mujeres, su lugar de trabajo es al mismo tiempo su lugar de vida, lo que hace imposible que la relación que establezcan con los miembros de la familia a quienes prestan sus servicios sea impersonal.

A Leddy aún le despierta dudas si un futuro cambio en la relación que se establece con los llamados patrones, prácticamente los únicos contactos a los que se exponen las trabajadoras en el día a día, pudiera terminar desfamiliarizando la vida misma.

El diez de noviembre último se desarrolló el foro consultivo hacia la implementación del Convenio 189, que reunió a las dirigentes regionales de las mujeres de servicio doméstico organizadas. Las reunía algo puntual: como se concretará la última victoria del gremio; pero el debate giró más en los fondos. El cómo ser trabajadora del hogar abre cada vez más cuestionamientos, y lo bueno es que ahora los cuestionamientos existen.

María Sosa

Periodista que básicamente escucha, denuncia y escribe.