Gentrificación: La silenciosa muerte del centro histórico del Callao
En cuestión de meses, los medios de comunicación de masas dejaron de hablar del peligroso barrio chalaco controlado por Los malditos de Castilla, para hablar del moderno barrio que acogía el proyecto cultural Monumental Callao de Fugaz. Entre una noticia y otra han pasado 315 días de estado de emergencia en el Callao.
Durante los primeros días de suspensión de derechos, Fugaz abrió sus puertas para dar una fiesta navideña en unas calles inundadas de policías armados, aparentemente ajenos a la realidad que vivía el resto de la provincia. Un tiempo después organizaron festivales, talleres al aire libre y abrieron tiendas y restaurantes con precios nada competitivos para el barrio.
El estado de excepción no ha sido eficiente en acabar con la delincuencia o el narcotráfico, pero si en controlar el barrio Castilla durante el tiempo que el proyecto Fugaz se dedicaba a comprar casas devaluadas y pintar encima del patrimonio histórico del centro del Callao, sin permiso y vulnerando la conservación. El festival internacional Latido Americano, que reunió a artistas de todo el mundo, dejó a su paso graffitis que se pierden en las puertas de madera de más de más de cien años, balcones apuntalados y a punto de desmoronarse con bellos dibujos encima y casas de principios de siglo XX con enormes murales. Si bien nadie duda de la calidad del arte urbano y su relevancia cultural, hay gestores culturales que no entienden por qué se ha realizado a expensas del patrimonio histórico.
Casi un año después, alguien dio la alarma al otro lado del océano y el periódico británico The Guardian publicó un texto que avisaba que lo que estaba pasando en el Callao tenía un nombre: gentrificación. Este concepto, que suena a idioma extranjero para la mayoría de peruanos, es un proceso de cambio en las condiciones de un barrio hasta elitizarlo de forma súbita y así expulsar a sus vecinos anteriores.
Algunos medios han presentado el proyecto como la alternativa a la violencia que asoló la zona durante años, pero no explican cómo se da este proceso insólito. Aunque los vecinos hablan de oportunidades laborales, éstas son limitadas. De momento se reducen a trabajos sin profesionalización, pues los artistas que están cambiándole el rostro al Castilla son extranjeros o nacionales provenientes generalmente de barrios de clase media de Lima. También son escasos los servicios como hospitales o colegios, imprescindibles normalmente en procesos de pacificación y erradicación de la delincuencia. Mientras, empresarios limeños y extranjeros abren comercios y restaurantes cuyas terrazas llenan solamente los turistas que aparecen exclusivamente los fines de semana.
“No sigan por ahí, que por esa calle ya roban” dice un vecino a quienes se aventuran más allá de los coloridos alrededores de la zona recuperada; y es que la gran transformación del infame barrio Castilla se extiende poco más de cinco calles. Poco o nada ha cambiado en el Callao respecto a la delincuencia; desde el tejado de las oficinas de Fugaz puede verse una magnífica vista del puerto, donde la droga sigue saliendo impunemente.
Una vez fuera del perímetro se pueden apreciar los mismos edificios en ruinas, esta vez sin pintura acrílica en la fachada. Bajo el lema Arte de convivir se han realizado diferentes talleres e intervenciones junto a los residentes, para que se sientan parte integrante del proceso, pero lentamente este proyecto cultural se está apoderando del barrio y creando una pequeña burbuja para que los turistas transiten tranquilamente de viernes a domingo.
Son muchos los empresarios que están poniendo el ojo en el Callao, los vecinos ya hablan de otros barrios que están siendo comprados por los limeños, pues bastan unos pocos dólares para hacerse con una casa con siglos de historia a escasos metros del mar. Pero las caras más visibles son las del actual dueño de la casa emblema de Fugaz Callao (conocida como Casa Ronald), Gil Shavit y la directora de Fugaz, Isabel Miró Quesada. Shavit, empresario israelí afincado en Perú desde hace años, ha sido recientemente arrestado por el caso Odebretch, acusado de tráfico de influencias y lavado de activos. La mayoría de los inmuebles que le pertenecen, varios vinculados al proyecto cultural, fueron comprados a partir del 2014 en el Callao, lo cual coincidiría con el dinero que recibió de la constructora junto al alcalde chalaco, Félix Moreno, por la adjudicación de la obra vial Costa Verde – Callao.
Fotos de Alan B.
Hoy el barrio Castilla, mañana el Callao
En septiembre del 2015 se retomó el proyecto de la Costa Verde chalaca, una autopista que conectaría toda la costa desde Chorrillos hasta el Callao. El único obstáculo eran los Barracones, el nombre informal con el que se conocen los asentamientos humanos situados exactamente por donde pasaría la vía y el hogar de más de 60 mil personas. La alternativa era que los vecinos vendiesen sus terrenos y fuese reubicados y así convertir una de las zonas más peligrosas del Callao en un complejo hotelero con modernos rascacielos.
Para que este megaproyecto turístico se haga realidad absolutamente todos los vecinos deben abandonar sus casas y sus barrios. En cuanto se conoció la noticia del estado de emergencia hubo voces que sugirieron que los Barracones serían un punto caliente de operativos policiales con la intención de pacificar y por lo tanto favorecer la venta de los terrenos a las cadenas hoteleras.
Este proceso de gentrificación no es nuevo en el Perú y la ciudad de Cusco es la más representativa. Incluso la Unesco ha alertado que la población está siendo pateada fuera de su propia ciudad para darle prioridad al turismo y a una clase económica superior. Los ejemplos son infinitos: desde Argentina o México a París o Barcelona. Si el cambio se diese paulatinamente, estaríamos frente a una simple evolución que no afectaría a los vecinos originarios, pero la gentrificación es algo rápido y planeado con la intención de transformar de la noche a la mañana una ciudad.
Los vecinos rechazan que se les vincule con mafias o delincuencia e insisten en que solamente quieren vivir en paz. El único problema es si podrán seguir caminando por las calles que los vieron crecer o si una nueva guerra inmobiliaria se caerá sobre ellos.
Fotos de Alan B.