Fuera Repsol: Una vida de pesca destruida por la marea negra
“Un día salimos a pescar con unos amigos y vimos que todas las peñas estaban llenas de cosas negras, era el petróleo. Quise sacar mi muy muy y todo estaba pegajoso. Era un desastre. Nos volvimos a la casa. Lamentablemente se perdió todo. Después de la pandemia que habíamos subsistido con la pesca, vino el desastre de la marea negra como le decimos, nos malogró todo el mar” relata triste Arturo Villegas sobre aquel quince de enero de 2022 cuando más de once mil barriles de petróleo crudo se derramaron al mar peruano en Ventanilla desde la refinería La Pampilla, concesionada a la transnacional española Repsol.
“Tengo ocho nietos y dependen de mí porque yo les ayudo con sus estudios. Pero ahora lo que he tenido que hacer es vender cachina, cosas que tenía guardadas las estoy vendiendo” sigue quejándose un septuagenario Arturo delante de la línea policial que detiene la protesta de pescadores en el centro de Lima.
Según la empresa de hidrocarburos, a la fecha se ha llegado a acuerdos con más de cuatro mil pescadores de Ventanilla y localidades aledañas para pagarles bonos de compensación de hasta tres mil soles mensuales. Desde luego una medida temporal que no soluciona el daño permanente que se ha ocasionado a la biósfera marina ni a su modo tradicional de vida que pasa de generación en generación.
“Quisiera que nos compensen a todos, nos tienen que reponer para subsistir un poco más. Todavía no recibo. Los pinteros de Pachacútec tenemos una cierta cantidad que todavía no recibe nada” comenta acerca de aquellos pescadores artesanales quienes al no encontrarse agrupados en gremios reconocidos por la empresa, no han podido acceder al mencionado bono.
“Teníamos que irnos a otro sitio más lejos, a Punta Hermosa, Punta Negra, pero es caro el pasaje. Unos días nomás porque para traer el pescado de allá para acá, un problema”. Con los días, la mancha de petróleo fue creciendo hasta alcanzar todas las playas donde Arturo podía ir a seguir pescando, gastando en pasajes y transporte del recurso obtenido.
Proviene de una larga herencia de pescadores artesanales cuyas técnicas pasa a explicarnos en medio de las arengas de protesta de sus compañeros. Utiliza una suerte de canasta plástica con filtros para sacar los pequeños crustáceos conocidos como muy muy de la arena. “Éste redondo es el cascal, con esto se saca el muy muy” nos describe su implemento de trabajo.
“Te metes a la playa y viene la ola, empujas bien y queda el muy muy adentro. Con el muy muy vas a pescar, a la carnada también le echas muy muy, chancas el muy muy y botas un poco también”. Una vez que arroja al mar la pasta obtenida aplastando los crustáceos, las aguas se llenan rápido de peces que ávidos por el manjar son fácilmente capturados por el veterano Arturo quien les arroja un cordel desde alguna peña o desfiladero.
“Antiguamente nosotros pescábamos con canasta, no había nada de plástico. Con la misma canasta íbamos y vendíamos” rememora las décadas anteriores a que el petróleo mate su entrañable mar frente a la ciudad costera de Pachacútec.